martes, 28 de julio de 2015

Navegando sobre aguas turbulentas. Aproximaciones en torno a la burocracia sindical y los sindicatos en los albores del capitalismo organizado



En términos estratégicos podemos especular estableciendo que el origen del sindicalismo de negocios respondió a fines utilitarios. Es decir, formas organizativas nacidas desde el “instinto de preservación” que la cúpula dirigencia activó a partir del avance que la alianza conformada por un sector de la burguesía y el Estado acordaron sobre los trabajadores. El mismo tuvo como objetivo el aumento de la productividad estableciendo criterios racionales en el desarrollo del proceso productivo que significaron una desregulación de las condiciones de trabajo procurando su precarización y flexibilización. En estas condiciones, la salud de la organización sindical y de su grupo dirigente comenzó a depender del “martirio” de los trabajadores. La venta de servicios se estipuló en el único sostén del vínculo entre los dirigentes y una masa de afiliados  desmovilizados y cautivos del incipiente sistema. Básicamente, este mecanismo gravitó en el control que el sindicato comenzó a ejercer sobre las obras sociales que determinó una transferencia obligatoria de una fracción del salario. Este modelo que se consolidó en plena correspondencia con la lógica empresarial que iba impregnando a la sociedad y sus instituciones fomentaba la competencia entre las distintas obras sociales por sumar afiliados generando una selección de acuerdo a las leyes del mercado de aquellas más competentes, desde el aparente beneficio de la “libertad de opción” que gozan los trabajadores. A esto, debemos sumar que el proceso de desindustrialización instalado en la Argentina en las últimas tres décadas del siglo XX terminó justificando esta fuente de recursos desanclada de la producción. Al mismo tiempo, hizo modificar las relaciones de fuerza dentro de movimiento obrero, relegando a los sindicatos industriales de los lugares de peso para ser ocupados por los de servicios. La cúpula dirigencial evolucionó en este sentido. Este régimen del cual podemos rastrear sus orígenes en el vandorismo y la  regulación de asociaciones y de obras sociales formulada por la dictadura de Onganía[1], marco legal del sistema, no solo generó la posibilidad a las organizaciones de autofinanciarse por fuera de la esfera productiva, fomentó además  una vía de financiamiento a la política en forma de aportes a campañas de candidatos dispuestos a preservar el status quo. Con todo, el cuestionamiento que podamos hacerle a este mecanismo, cuanto menos infructuoso, no puede evitarnos observar que el mismo no es ajeno a la manera que la sustancialidad de los social adquiere dimensión institucional. Concretamente, la manera en que se reorganiza la sociedad y sus instituciones son construcciones que emanan de concepciones hegemónicas, y por lo tanto históricas.