martes, 28 de julio de 2015

Navegando sobre aguas turbulentas. Aproximaciones en torno a la burocracia sindical y los sindicatos en los albores del capitalismo organizado



En términos estratégicos podemos especular estableciendo que el origen del sindicalismo de negocios respondió a fines utilitarios. Es decir, formas organizativas nacidas desde el “instinto de preservación” que la cúpula dirigencia activó a partir del avance que la alianza conformada por un sector de la burguesía y el Estado acordaron sobre los trabajadores. El mismo tuvo como objetivo el aumento de la productividad estableciendo criterios racionales en el desarrollo del proceso productivo que significaron una desregulación de las condiciones de trabajo procurando su precarización y flexibilización. En estas condiciones, la salud de la organización sindical y de su grupo dirigente comenzó a depender del “martirio” de los trabajadores. La venta de servicios se estipuló en el único sostén del vínculo entre los dirigentes y una masa de afiliados  desmovilizados y cautivos del incipiente sistema. Básicamente, este mecanismo gravitó en el control que el sindicato comenzó a ejercer sobre las obras sociales que determinó una transferencia obligatoria de una fracción del salario. Este modelo que se consolidó en plena correspondencia con la lógica empresarial que iba impregnando a la sociedad y sus instituciones fomentaba la competencia entre las distintas obras sociales por sumar afiliados generando una selección de acuerdo a las leyes del mercado de aquellas más competentes, desde el aparente beneficio de la “libertad de opción” que gozan los trabajadores. A esto, debemos sumar que el proceso de desindustrialización instalado en la Argentina en las últimas tres décadas del siglo XX terminó justificando esta fuente de recursos desanclada de la producción. Al mismo tiempo, hizo modificar las relaciones de fuerza dentro de movimiento obrero, relegando a los sindicatos industriales de los lugares de peso para ser ocupados por los de servicios. La cúpula dirigencial evolucionó en este sentido. Este régimen del cual podemos rastrear sus orígenes en el vandorismo y la  regulación de asociaciones y de obras sociales formulada por la dictadura de Onganía[1], marco legal del sistema, no solo generó la posibilidad a las organizaciones de autofinanciarse por fuera de la esfera productiva, fomentó además  una vía de financiamiento a la política en forma de aportes a campañas de candidatos dispuestos a preservar el status quo. Con todo, el cuestionamiento que podamos hacerle a este mecanismo, cuanto menos infructuoso, no puede evitarnos observar que el mismo no es ajeno a la manera que la sustancialidad de los social adquiere dimensión institucional. Concretamente, la manera en que se reorganiza la sociedad y sus instituciones son construcciones que emanan de concepciones hegemónicas, y por lo tanto históricas.



Aquellos que presagiaban la mutación del sindicalismo empresarial post 2001 se equivocaron. El modelo no solo continuó gozando de buena salud sino que se consolidó como uno de los pilares políticos en el cual se apoyó en buena medida la estabilidad de los gobiernos. La fortaleza de esta dinámica en el presente ha motivado una problematización acerca de su funcionalidad y por consiguiente, de las supervivencias enraizadas en lo social vinculadas a su origen.
En esta realidad, se volvió a avivar en el ámbito académico la relegada discusión sobre la formación y reproducción de un tipo de dirigencia sindical, en quien descansa el destino de la organización. La categoría burocracia sindical acuñada por las tempranas reflexiones marxistas, adquirió una presencia insoslayable en los estudios vinculados a las relaciones establecidas entre el Estado y el  movimiento obrero, transformándose en muchos casos en objeto de estudio en sí mismo. El debate que pareció estar agotado comenzó a nutrirse nuevamente desde la inquietud que genera el desciframiento de la complejidad del presente. Este trabajo se propone dos objetivos. Primero, reponer algunos aportes historiográficos de diversas corrientes que conceptualizaron elementos  correspondientes al estudio de su formación. El criterio abordado en este caso estará relacionado con la posibilidad de repensar la noción de burocracia sindical y bases como realidades contrapuestas y en conflicto. Por último, intentaremos esbozar algunas aproximaciones que consideramos centrales para comprender su proceso formativo desde mediados de los años ´30 y su posterior consolidación con el primer peronismo. Entendemos que el poder de la clase obrera durante el gobierno peronista no solo se apoyó en lo político-ideológico, sino que derivó de una confluencia de factores entre los cuales se encuentra la burocratización de las organizaciones sindicales. Justificamos este ejercicio en la subsistencia de lo que consideramos ciertas marcas de origen que permanecen indelebles hasta nuestros días.   


Escisión e imbricación. Burocracia y bases sindicales en perspectiva historiográfica

Como adelantamos, la categoría burocracia sindical suscitó una constante preocupación historiográfica cuya correspondencia en el ámbito local supo recoger factores específicos que atravesaron nuestro devenir. El rasgo más visible de estos estudios denominados clásicos por su vigencia y por ser base de nuevas investigaciones focalizadas en las vinculaciones entre clase obrera, organizaciones y sociedad,  es que independientemente del enfoque adoptado, han realizado contribuciones que nos posibilitan aproximarnos a un problema cuya esencia es su inacabada conceptualización. Analizaremos ahora alguna de ellas.
Desde un enfoque que podríamos denominar sociológico, el origen de la burocracia sindical a mediados de la década del ´30 correspondió al proceso de burocratización de la sociedad que hizo emerger en el mundo del trabajo una modalidad de dirigentes con funciones ejecutivas en sintonía con las nuevas necesidades organizativas que adquiría el sindicato. En clave weberiana, se ubica a este completando un proceso de institucionalización que posibilitó su integración al Estado mimetizándose con su organicidad. De esta forma, ha sido el  primer peronismo la plataforma que permitió el desarrollo de la burocracia sindical  desde el  impulso de un crecimiento cuantitativo y cualitativo de las organizaciones, imprimiéndole características esenciales a este grupo dirigente. Otro aspecto en que se han detenido estos análisis ha sido la diferenciación que éste grupo detenta con respecto a sus afiliados. Así, a una diferenciación política relacionada a los lugares de decisión se le anuda una diferenciación sociológica dada por el control de la información y los recursos de la organización. Por su parte, cobra centralidad en este tipo de producciones las relaciones entre las organizaciones sindicales y el Estado peronista bajo la tensión autonomía/verticalismo,  introduciendo la cuestión de la representación y la erosión de los procedimientos democráticos en la toma de decisiones. Frente a una creciente ejecutivización de funciones, las prácticas  democráticas  quedarán delimitadas a las bases. Además, serán los delegados de fábrica y las comisiones internas el amperímetro de la conflictividad por su capacidad de movilizar a los trabajadores en el propio ámbito productivo. Resultan importantes los aportes realizados en este sentido de Juan Carlos Torre[2], Louis Doyon[3] y Hugo del Campo[4].
El arco marxista con sus diversas vertientes se ha mostrado prolifero al abordar la cuestión. Podríamos decir que tanto para ortodoxos como para revisionistas, la burocracia sindical queda definida en relación a una conciencia revolucionaria y su contenido democrático que se espera de la clase obrera. La presencia de una cúpula dirigencial desclasada o parcialmente desclasada en plena identificación con el proyecto burgués, cuya esencia descansa en la extensión y la perpetuidad de la organización industrial en todo los órdenes sociales, supone un desvío de los genuinos intereses de clase.  El compromiso reformista  de los dirigentes es el que termina por transformar al sindicato en un apéndice del estado burgués y su fortaleza dependerá de la destreza que detente para disciplinar y desmovilizar a las bases. Los matices vertidos por las distintas interpretaciones del marxismo,  no han hecho variar decisivamente esta premisa general. Si para el leninismo la burocracia sindical transformó al sindicato en una estructura homogénea de dominación, para el trotskismo este comportamiento burgués puede erradicarse a partir de la movilización y cohesión alcanzadas por la gimnasia revolucionaria que supone el ejercicio de la huelga reivindicativa, y por el rol preeminente del partido en dilucidar la conciencia en la clase obrera y reorientar el conflicto transfiriéndole un contenido revolucionario.  Las investigaciones fundamentadas en esta corriente gozan de una relativa presencia en la actualidad, destacándose Hernán Camarero[5] con sus trabajos sobre el Partido Comunista y su incidencia sobre la formulación del modelo sindical moderno durante la década del ´30. Por otro lado, la llamada izquierda nacional de filiación peronista de fuerte arraigo durante los inicios de los ´70, también se ocupó del tema. En este caso y muy en correspondencia con la realidad política del momento, sobresalen producciones generadas por intelectuales de débil pertenencia al ámbito académico pero con una fuerte ascendencia sobre él. Ha sido Rodolfo Walsh[6] quien mejor plasmó una visión compartida desde el ensayo periodístico y la realidad ficcionada donde subyace la idea de “traición” de una dirigencia desclasada hacia el movimiento peronista, considerado auténtico reservorio de valores emancipatorios de los trabajadores. Si bien la misma parece configurar un modelo sustentado más en el idealismo que en la crudeza de los acontecimientos, debemos destacar su fuerte presencia en el imaginario colectivo. Más allá de estas formulaciones debemos señalar que el desarrollo en que se encuentran los estudios actuales marca la imposibilidad de sostener la noción de una casta dirigencial escindida de los intereses de los trabajadores y sin sustento alguno de las bases.
Antonio Gramsci fue uno de los primeros intelectuales vinculados al Partido Comunista en hacer visible que la dirección del sindicato no era el único componente de la organización. Gramsci instaló en el mapa el potencial de las bases en frente al reformismo de la cúpula. Las comisiones internas y los consejos de fábrica italianos constituían para él verdaderos órganos de poder obrero al vehiculizar la emancipación de una clase “adormecida” por la telaraña burocrática. Resulta trascendente la noción de hegemonía como clave interpretativa para medir la interacción hacia el interior de la organización. La misma, es reconocida como un terreno en disputa donde el sentido común burgués que opera en la vocación reformista de la burocracia se halla en conflicto con un proyecto obrero alternativo que experimentan las bases. La orientación que adquiera estará sujeta al balance entre estas dos tendencias[7].  Sin embargo, la cuestión no fue recepcionada por los “gramscianos argentinos”[8], que atravesados por un espíritu de época y en sintonía con la renovación intelectual del marxismo con epicentro en el Partido Comunista italiano, se mostraron más proclives a analizar el tejido de la dominación capitalista en torno a las recomposiciones sociales y el Estado, y la potencialidad revolucionaria de los movimientos tercermundistas, en particular del clasismo cordobés de finales delos ´60.
Finalmente nos referiremos a los análisis elaborados por el historiador británico Daniel James[9]. Sus estudios han abierto una perspectiva superadora sobre la relación entre la burocracia y las bases. James se aparta de la noción de verticalidad para fundamentar una imbricación por la cual, más que un manejo desde arriba por parte de las direcciones sindicales lo que operó fue una comunión derivada de las condiciones específicas que determinaban la acción. Con base en importantes aportes realizados por Richard Hyman sobre los obstáculos y las posibilidades de las organizaciones sindicales inglesas para impulsar procesos revolucionarios, y apoyado en marco conceptual anclado en el marxismo cultural, el historiador ha analizado la dinámica sindical considerando un periodo que va desde 1946 hasta 1976. En este sentido, quedan formuladas una serie de hipótesis de trabajo  a saber: la formación de la clase obrera y la consolidación de sus instituciones al calor del peronismo, el avance sobre las condiciones de trabajo que habían llevado a la materialización del poder obrero en el ámbito de producción, el comportamiento de la organización, su capa dirigencial y las bases frente a los posteriores intentos de racionalización del proceso productivo impulsados por la alianza entre la burguesía y el estado, y por último, la integración del movimiento obrero a nuevas condiciones productivas atravesadas por la inestabilidad política. En este contexto, lejos de presentarse como formas polarizadas, bases y burocracia van dando forma a instancias organizativas que consolidan la estructura sindical, adaptando y a su vez limitando el orden que la nueva fase del capitalismo ira imponiendo. En esta línea de análisis, Nicolás Iñigo Carrera[10] ha abonado la idea de estrategia de la clase obrera,  entendiéndola como el camino adoptado a partir del reconocimiento de un problema dado y los elementos formulados para su resolución. La estrategia, que se va haciendo visible a partir del desarrollo lucha, está subordinada al grado de conciencia que detenta la clase. De modo tal, que resulta más exacto entender que al haber convivencia de distintas formas de conciencia entre los trabajadores, no existe una única estrategia sino de estrategias condicionadas por múltiples factores, afrontada por la fracción de la clase obrera que  mejor se adapte a ellas.
Nos propusimos acotar este ejercicio de revisión enfocándonos en algunos elementos que consideramos necesarios para poder problematizarlos. A continuación, buscaremos integrar algunas argumentaciones dimensionando la cuestión en su real complejidad.


El papel de la burocracia en la formación del sindicalismo moderno

La crisis orgánica de la era liberal del capitalismo llevó a una recomposición de las pautas de acumulación y la reformulación del bloque hegemónico[11]. Esto dio lugar a  una nueva configuración de las relaciones entre  Estado y sociedad.  La otrora sociedad de individuos propia del liberalismo contractualista mutó hacia una sociedad de organizaciones. En esta nueva fase de capitalismo organizado, la eficiencia del poder comenzó a emanar del creciente desarrollo de la racionalidad técnica, su incorporación al aparato del estatal y el avance hacia toda la sociedad. El estado se constituyó en salvaguarda de la crisis poniéndose a la cabeza de un proceso de transformación en todo los órdenes que hizo reformular su propia estructura conforme a formas novedosas de articulación entre política, economía y sociedad. En otras palabras, la burocratización pasó a ser la formulación hegemónica que adquirió el capitalismo moderno. En esta realidad, la sociedad va reconfigurándose como reflejo de la transformación que el estado experimenta hacia una organización racional de empresa, es decir hacia una planeación centralizada[12]. Sin embargo, aunque las nuevas condiciones de hegemonía no se vieron comprometidas, debemos decir que no constituyó un proceso pasivo.  De acuerdo con Raymond Williams “la hegemonía no existe de modo pasivo como una forma de dominación. Debe ser continuamente renovada, recreada, defendida y modificada. Asimismo, es continuamente resistida, limitada, alterada y desafiada por presiones que de ningún modo le son propias” (…) puede argumentarse persuasivamente que todas o casi todas las iniciativas y contribuciones aun cuando asuman configuraciones manifestaciones alternativas o de oposición, en la práctica se hallan vinculadas a lo hegemónico”[13]. Apoyamos la hipótesis de que en el mundo del trabajo y sus instituciones, pudieron eventualmente configurarse espacios alternativos que coexistieron, tensionaron y limitaron las tendencias de organización dominantes sin que estas se vieran comprometidas. Observaremos como se dio esta dinámica a la luz de los acontecimientos.    
El sindicalismo comenzó a permeabilizar estas formas organizativas que iban instalándose en forma general. La gradual institucionalización de la negociación colectiva, el creciente intervencionismo estatal y las direcciones sindicales menos combativas y  más propensas a lidiar y concertar con la patronal, dieron forma a mediados de la década del ´30, a una modernización de la organización. Es innegable la influencia del comunismo al respecto  a pesar de no ser la vertiente dominante dentro del movimiento obrero. Su presencia dentro de los nuevos gremios industriales y el impacto de la variación de estrategia clases contra clase a la de frente popular por parte del Comintern configuraron un nuevo escenario que se mostró proclive a la incorporación de las nuevas tendencias. Esta influencia decisiva en la configuración y desarrollo del sindicalismo moderno ha sido estudiada por Hernán Camarero. De acuerdo con el autor, en los gremios comunistas se dio una forma de organización de masas moderna, abierta y compleja, que adoptó distintas funciones como el mutualismo, la salud, la educación, y la recreación. Además, eran organizaciones dispuestas a pugnar y a acordar con la patronal y con un Estado que mostraba una nueva vocación intervencionista. Desde entonces, los gremios vinculados al PC se volvieron más pragmáticos y permeables al proceso de institucionalización que iba adquiriendo a partir de la relación con el Estado[14]. Surge de esta forma el modelo de sindicalismo industrial caracterizado por la conformación de un sindicato único por rama de actividad, centralizado en la Buenos Aires (dónde se nucleaba casi el 70 % de la actividad económica) y nucleados en una central. Debemos considerar que esta reformulación se hallaba en correspondencia con una visión compartida entre el Estado y la dirigencia sindical en torno a la homogenización de la negociación colectiva.  
De este modo, la lucha de clases dejaba de ser el único horizonte posible para la clase obrera. La institucionalización de las negociaciones entre el trabajo y el capital introdujo una creciente burocratización hacia el interior del sindicato que hizo más marcada la diferenciación social entre la cúpula dirigencial, los órganos de base y los trabajadores. Emerge de esta forma una burocracia con funciones ejecutivas que justifica su existencia en la complejidad que va ganando la negociación colectiva. De perfil técnico, diestros en el uso de la palabra, el manejo de la información y la redistribución de recursos materiales de la organización, esta nueva dirigencia profesional se irá imponiendo a aquella intransigente, abnegada y combativa. De la misma manera, el sindicato gana en centralización y ejecutivización de sus decisiones, multiplicando los diques de mediación. Se vuelve una estructura capilar, con una fisonomía mejor preparada para la negociación y con mayores posibilidades de canalización y encausamiento del conflicto. Indefectiblemente, el proceso de toma de decisiones en forma colectiva se vio jaqueado.  Como sostienen Pablo Ghigliani y Alejandro Belkin “ la cuestión más bien reside en que las organizaciones hipercentralizadas, los liderazgos substitutivos y los mecanismos de toma de decisión restrictivos y esporádicos limitan objetivamente la definición colectiva de intereses y demandas que vayan contra las estructuras y expectativas de la negociación colectiva y los modos públicamente autorizados de la administración del conflicto. Y reside también en la existencia de poderosas presiones materiales e institucionales para que prevalezcan este tipo de organizaciones, liderazgos y mecanismos”[15]. Cabe preguntarse si pueden surgir liderazgos alternativos en momentos que estos mecanismos normalizados se vieran eventualmente trastocados precisamente por los condicionantes materiales, y si es así, sobre las características que permiten reconocerlos como alternativos.  
Camarero fue el primero en hacer notar la presencia de comisiones internas en la agremiación comunista[16].  Este órgano de base que asumía la representación obrera en la fábrica, se posicionaba como el interlocutor válido frente a la patronal realizando el planteo de reivindicaciones y el control del cumplimiento de lo convenido. Su consolidación fue alimentada a partir de una percepción compartida por la capa dirigencial y los obreros de ser un instrumento que posibilitaba la conquista de mejoras en las condiciones de trabajo. El poder que iba ganando este órgano quedaba en evidencia por la resistencia de la patronal, que en última instancia deseaba transformarlas en otro contralor del proceso productivo. En un contexto donde el comunismo experimentaba la persecución de sus militantes y el ataque a sus organizaciones, el pedido de reconocimiento por parte de los sindicatos al Estado y los empresarios no podía ser afrontado de otra manera que no sea una conjunción de fuerzas para lograr eficacia en los despidos, persecución y detenciones de sus miembros. Ahora bien, más allá de la ausencia de una regulación al respecto, existió cierto reconocimiento estatal de hecho a partir de ser aceptadas y recibidas como interlocutores válidos en las negociaciones colectivas.  A medida que el sindicato fue afianzando su poder, el control de las condiciones de trabajo, la representación de los obreros frente a la patronal y la vigilancia de lo firmado en los convenios colectivos quedaron establecidas como funciones primordiales de las comisiones internas[17]. Asimismo, y no menos importante, descansaba en ellas y los delegados el poder de agremiación del sindicato y su capacidad de movilización. Vinculadas a formas asamblearias, suele tomarse a las comisiones internas como reservorio de la democracia y la conciencia de clase frente los intereses propios de la burocracia. Nos parece que esta especulación merece tomarse con cierto cuidado y ser discutida más profundamente superando todo tipo de abstracciones. Es verdad, que el proceso de burocratización se topó con ciertos límites y debió preservar espacios de participación democrática en los cuales se viera legitimado el funcionamiento de la organización[18].  Sin embargo, esto no aconteció de manera lineal. Observamos que también en esta instancia las funciones adquiridas les transfirieron a sus miembros privilegios y poderes que los hicieron diferenciar del resto de los trabajadores. En este sentido, debemos pensar que la burocratización alcanzó a toda la organización sindical. Como sostiene Victoria Basualdo, “el peligro de la burocratización, es decir de la separación de los representantes respecto de sus bases, y de la constitución de una casta de intereses propios distintos de los de sus representados, no amenazo únicamente a los dirigentes sindicales más altos, sino que se extendió también, aunque de distinta forma, a los representantes de base”[19].  Además, la asamblea no siempre termina siendo la campeona de la democracia y a menudo queda delimitada a una abstracción procedimental vaciada de sustancia. En definitiva, lo que pareció manifestarse en forma específica dentro de la organización sindical se halla inscripto en un problema más general reformulado por el advenimiento de la sociedad de masas y sus instituciones. Nos referimos a la antigua tensión entre el principio filosófico de la democracia y sus condiciones de institucionalización que emana de la noción de que el poder del pueblo no puede ejercerse de forma directa en la modernidad ya que su consistencia depende de la mediatización y organización de las convenciones que estipulan su representación. La pérdida de sustancia social, esto es, poder llegar a dar un existencia corpórea a ese pueblo profundizan la indeterminación de la idea de democracia, al tiempo que exige la formalización de fuentes que legitimen el compromiso y la revalorización de la organización y su dirigencia frente a este ideal, salvaguardando así, la situación precaria en la que se encuentran[20].
Este escenario que aún se anunciaba débilmente previamente al peronismo, terminó de consolidarse plenamente con su irrupción. Así, sobrevino una significativa evolución cuantitativa y cualitativa de los sindicatos impulsada por el Estado de acuerdo a un modelo de sindicato industrial moderno de incumbencia nacional. Su consolidación se dio en un marco de confluencia de dos tendencia preexistentes que durante el peronismo terminaron por aglutinarse, por un lado, la estructura, formas organizativas y funciones que emanaron de la experiencia comunista, por otro, el mantenimiento de la prescindencia política propia del sindicalismo revolucionario que llevaba al movimiento sindical peronista a verse así mismo como la fuente originaria más preponderante de la nueva fuerza política, reclamando para sí, una presencia acorde en ella y en el Estado[21]. Por su parte, tras la derrota electoral de 1946, el Partido Comunista disolvió sus sindicatos impulsando a sus miembros a adherirse al gremialismo peronista buscando fortalecer el lugar de la CGT. El cambio de su postura intransigente estuvo determinada por el traspié sufrido en las elecciones y la posible actitud represiva que desplegaría el nuevo gobierno. Fortalecer y hacer visibles los rasgos positivos de sus políticas significaba un mantenimiento relativo de la vertiente dentro de las organizaciones. Los movimientos huelguísticos del periodo, nos muestran una presencia comunista débil pero suficientemente perceptible, en los órganos de base y afiliados.  
Las condiciones de institucionalización y burocratización lograda por las organizaciones se inscribían en un proceso general que involucró a toda la sociedad. En esta nueva etapa de comunidad organizada, las fronteras entre el Estado y la sociedad se volvieron laxas. La tendencia hacia una homogenización se manifestó a partir de  la multiplicación de zonas de intersección entre ambos. Socialización del estado e intervención en la sociedad fueron las facetas reconocibles de un único proceso. De esta forma, la organización del sindicato comenzó a estar mediada por la acción estatal, expandiendo un modelo que permitía la homogeneización de la negociación y la canalización del conflicto, en correspondencia con la coyuntura. El gobierno comenzó a dirimir en la disputa intersindical favoreciendo a direcciones afines y funcionales a su política. Esta nueva modalidad de intervención planteada en la necesidad de generar instancias que subordinen los intereses particulares y encauzar el conflicto en el ámbito productivo, hizo reformular las funciones formales e informales de la cúpula dirigencial. Su posición quedó comprometida fuertemente a la capacidad de perpetuar un frágil equilibrio continuamente amenazado por demandas, muchas veces contrapuestas, impulsadas por el Estado, los empresarios, las bases y los trabajadores en sintonía con los propios intereses que el grupo iba desarrollando. Su fuente de legitimidad quedó atada al oficio de mediar, representar y articular dichas exigencias en escenarios fluctuantes.  
A la luz de los hechos, durante el periodo 1946-1948 de expansión económica y altísimos niveles de conflictividad, un “compromiso circunstancial” indujo a plasmar el empoderamiento de la organización sindical hacia “arriba” y hacia “abajo”. El mismo se  amparó en el halo protector de un Estado proclive a mediar favorablemente en la negociación colectiva y en la aceptación de los industriales que no vieron reducidos sus niveles de beneficios. Ahora bien, resulta necesario discutir una interpretación compartida por parte de algunos estudios clásicos sobre el rol de los sindicatos y la CGT a lo largo del primer peronismo que, con variación de matices, observan una subordinación organizativa y política al Poder Ejecutivo y cierta independencia para plantear y plasmar mejoras del salario y las condiciones laborales[22]. Gustavo Nicolás Contreras confronta con esta visión tomando como referencia la Ley de Asociaciones Profesionales de 1945. Si para Perón esta constituía la oportunidad de desarrollar un proyecto corporativista, para la dirigencia sindical, era en cambio la opción más firme para unificar al movimiento obrero e impulsarlo al plano político. Más que una imposición del líder, Contreras observa un acuerdo que permitió hacer frente a la oposición y a la puja dentro de la propia fuerza, ya que estructura en sí misma posibilitaba la coexistencia de distintos contenidos y orientaciones, alejando la posibilidad de convertir al sindicalismo en una instancia corporativa[23]. Las complejas circunstancias habían obligado a Perón a abandonar su proyecto aliancista. Más allá del fracaso laborista,  la clase obrera se constituyó en la base social que sostenía su poder político.  Pareciera más exacto comprender que los vínculos entre la CGT y el gobierno se fundamentaron en una asociación de mutuos beneficios con posibilidades relativas de autonomía y no en un verticalismo que impulsaba a la organización a transformarse en una agencia estatal.
Expliquemos porqué sostenemos la idea de un empoderamiento hacia “arriba” y hacia “abajo” de la clase obrera. Tras el triunfo en las elecciones de 1946, se consumó el ingreso al Poder Legislativo nacional y de las provincias de diputados y senadores de extracción sindical. El mismo dependió del arraigo que en los distintos distritos detentaba el laborismo en relación a las diferentes vertientes que componían la fuerza electoral. Existió en ellos un acuerdo tácito  en cuanto a la forma que adoptó el ingreso, en especial en las cámaras legislativas. Este no se tradujo en una representación corporativa, como si pudo existir en los consejos consultivos dependientes del Ejecutivo. Por el contrario, los legisladores sindicales se ajustaron a la noción liberal contractualista del parlamento por la cual, el mismo debía reflejar opiniones y no intereses sectoriales. Ahora bien, de acuerdo con Mercedes Prol, coexistió en este escenario una identidad corporativa que se hizo evidente en la forma en que se posicionaron en los recintos, esto es, la autoproclamación de ser representantes de la clase obrera arrogando el derecho no solo al cogobierno del Estado y el partido naciente[24], sino, agregamos, a reclamar una posición de privilegio en este sentido, apoyada en la idea de autoreferenciarse como fuente de mayor legitimidad dentro del movimiento peronista. Definitivamente, la burocracia sindical se vio en condiciones de acudir a este designio. Como reflejo y en paralelo podemos decir que algo parecido ha sucedido en las bases. Diego Ceruso y Marcos Shiavi sostienen que durante el primer peronismo las comisiones internas sufrieron una masificación viendo reconfiguradas sus funciones al punto de transformándose en verdaderos órganos de poder obrero en la fábrica. A fuerza de sucesivos triunfos en la negociación colectiva no solo alcanzaron la reglamentación de sus funciones, sino que dependiendo del posicionamiento del sindicato, pudieron intervenir en ciertos mecanismos que hicieron desplazar a la patronal del control del proceso productivo[25]. Sin embargo, debemos tener cuidado al plantear un panorama homogénea carente de matices. Si hay algo que demuestra la conflictividad y la negociación durante el periodo es la variopinta situación al interior del sindicalismo peronista. El poder de las bases dependió de una complementación de factores como la fortaleza que detentaba el sindicato para transformarse en “paraguas” de las demandas, la posición de la rama dentro del sistema productivo y las características de la producción, la puja intersindical y la legitimidad que detentaban frente a los trabajadores y la cúpula cegetista. En suma, solo una conjunción de objetivos y recursos fruto de la coherencia entre burocracia y bases puede explicar el aprovechamiento de las inmejorables oportunidades que la realidad le presentaba al movimiento obrero para el fortalecimiento de sus organizaciones sindicales.                        
Como dijimos, la fortaleza de la burocracia se halla supeditada a su capacidad de poder fondear la organización a los escenarios fluctuantes. Para inicios de la década de 1950, la dirigencia cegetista había logrado cierta eficiencia en el disciplinamiento interno sin que esto supusiera una obturación decisiva de la capacidad de movilización de las bases. Prueba de ello, fueron las eventuales intervenciones a los sindicatos decididos a mantener la ofensiva dentro de la coyuntura adversa. Por su parte, en medio de un creciente politización, el gobierno encontró en lo político-doctrinario una fuente importante de argumentos para deslegitimar cualquier intento reivindicativo. La pauperización de las condiciones económicas había puesto en evidencia el desanclaje de los salarios con respecto a los niveles de producción.  El  nuevo escenario produjo una confluencia entre el  gobierno y los empresarios para impulsar una redefinición del proceso productivo a partir de la racionalización y el aumento de la productividad en las fábricas. Era en definitiva, aceptar una organización de la producción sobre las “bases científicas” del taylorismo eliminando el control que los obreros ejercían sobre esta. Como se hizo evidente en el Congreso de la Productividad de 1954, se buscaba dar una nueva orientación al modelo de acumulación que permitiera sortear la coyuntura adversa y asegurase la expansión en una futura favorable. Como afirma Daniel James, dentro de un panorama político complejo estas intenciones se vieron obstaculizadas  por una fuerte resistencia del movimiento obrero que no se manifestó en la acción directa sino en una negativa a cooperar a partir del rechazo del esquema de salarial apoyado en el incentivo. Los exiguos resultados logrados por los industriales respondieron a una interrelación de factores. En primer término, los que fundaban el control obrero en las fábricas: la indefinición de los objetivos de la producción y el esfuerzo de trabajo, las conquistas consagradas por los convenios colectivos en cuanto a la reglamentación de las condiciones de trabajo y el poder de los delegados y las comisiones internas. Por su parte, el gobierno peronista vio limitada su capacidad de presión por la dependencia cada vez más enérgica con respecto a la base social de la cual emanaba su poder político, ante la ruptura de la alianza que había posibilitado consolidar su posición inicialmente. Finalmente, el discurso de la racionalización y la productividad limitaba la coherencia de pautas ideológicas centrales en el peronismo, dejando expuesta la tensión entre la idea de alianza de clases y la experiencia vital en las fábricas. La identificación sin atenuantes con este discurso hubiese implicado reconocer no solo la naturaleza partidaria del Estado, sino, algo más espinoso para la doctrina peronista: la lucha de clases[26]. En este contexto, fue decisiva la acción de la dirigencia cegetista al dar sustento factico al plan de Emergencia Económica de 1952. De todas formas, los bajos niveles de conflictividad no implicaron que en adelante bases y burocracia desplieguen una estrategia defensiva que permita mantener lo logrado hasta entonces. De acuerdo a Prol, en momentos en que los empresarios creaban la Confederación General Económica para fortalecerse en la disputa sectorial, comenzó a revitalizarse en el Congreso Nacional la identidad corporativa de los legisladores sindicalistas en aras de contrarrestar el avance empresarial en medio de un conflicto de clases cada vez más explícito.
El mejoramiento de las condiciones económicas a comienzos de 1954 y la reapertura de las negociaciones colectivas llevaron a un nuevo ciclo de conflictos. En los sindicatos más importantes como la UOM, la presión de las bases hizo postergar la ofensiva patronal por el aumento de  productividad comprometiendo aún más la posición del gobierno. De acuerdo con Nicolás Ferraro y Marcos Shiavi, el carácter de la huelga metalúrgica fue tanto económico como político ya que la imposición de las reivindicaciones de naturaleza económica necesariamente ponían en jaque la política de conciliación del gobierno y la voluntad de poder del empresariado[27].  En este contexto, la dirigencia sindical se mostró vacilante por la disyuntiva que ponía en peligro su legitimidad,  por un lado, debía asegurarle a un gobierno que había hecho mucho por su consolidación la contención de la conflictividad, por otro, dejar de lado la lucha establecida por las bases significaba traicionar a estas y a la misma organización. Sin dudas que los altos costos de la indefinición recayeron sobre el gobierno.
Tras el golpe de 1955, la clase obrera se vio obligada a replegarse por el avance de la alianza orgánica conformada por el Estado y los empresarios en aras de imponer la racionalización del proceso productivo.  La Revolución Libertadora procuró afrontar la cuestión con mayor decisión adoptando una estrategia a dos puntas. Por un lado, debilitar el poder del movimiento obrero desatando una coerción en conjunto con los empresarios que combinó despidos masivos, intervención de la CGT y restricciones en el ejercicio de la representación gremial. Por otro, el desarrollo de medios legales como el decreto 2.739 que habilitaba a la patronal al uso de esquemas de incentivo y la firma de acuerdos individuales de productividad. Sin embargo, los alcances fueron limitados. Si bien se pudieron eliminar muchas barreras a la productividad, las acciones no se tradujeron en una forma sistematizada de esquemas de racionalización ni mucho menos en una renovación integral de los convenios colectivos que haya significado nuevas pautas de producción a nivel nacional. Luego de la consternación inicial que provocada por la caída de Perón,  comenzó a constituirse una red semiclandestina de comisiones internas, base material de la Resistencia Peronista, en torno a un nuevo liderazgo conformado por un nueva generación de militantes con escasa experiencia gremial que se erigió en el organismo más poderoso de rechazo a la embestida sobre las condiciones de trabajo en las fábricas como en la ofensiva antiperonista impulsada por los militares. No hubo otro camino posible para los trabajadores que apoyarse en ellas[28].
Finalmente fue bajo el gobierno desarrollista que se produjo en forma contundente el cambio del equilibrio de fuerzas en las fábricas. El éxito que había sido esquivo a lo largo de la década de los ´50 pudo concretarse a partir de una política sistematizada desarrollada por Frondizi que hizo evidente la fortaleza que detentaba la alianza entre el gobierno y la burguesía nacional. El cambio de las condiciones de trabajo y su reglamentación estuvo focalizado en tres puntos, la introducción de cláusulas en los convenios colectivos que posibilitaron la implementación de esquemas de racionalización e incentivos, la flexibilización de las tareas y la eliminación de obstáculos que dificultaban la movilidad de los trabajadores y la definición y limitación del poder de los delegados y las comisiones internas. El avance sobre los delegados y comisiones internas se hizo aplicando criterios formales y legales. Todo el antiguo campo de acción donde se erigía el poder de las bases sindicales a partir de su poder de negociación fue cercenado[29].  En este contexto, la burocracia sindical eligió aceptar los términos de las nuevas condiciones. Como bien observa James, no hay que ver en esta admisión una traición, por el contrario, existieron ciertos beneficios que solo podían visualizarse desde la mirada dirigencial. Las funciones administrativas y de negociación del sindicato no se vieron comprometidas al aceptar la racionalización. Además, las cláusulas de los nuevos convenios reconocían beneficios como la maternidad y la antigüedad del trabajador congeladas desde principios de 1950. Por su parte, la nueva normativa otorgó a la cúpula dirigencial un control más férreo sobre las bases eliminando la posibilidad de acciones autónomas. A su vez, en una década signada por la caída del salario real, la recomposición salarial fue un resorte importante para la aceptación de las cláusulas de productividad[30].  Creemos que el desarrollo de la lucha  a lo largo de la década de 1950 hizo visible dos estrategias en la clase obrera.  Ambas emanaron de distintas formas de conciencia que se hallaban conviviendo entre los trabajadores y fueron afrontadas por la fracción mejor posicionada para interactuar en condiciones específicas[31]. En la situación de proscripción política y anormalidad institucional, fueron las bases las que desplegaron una estrategia defensiva que permitiera conservar su poder en la fábrica más a tono con un contenido revolucionario. La posterior fragmentación y desmovilización que atravesaba el movimiento obrero, marcaron la subordinación de las bases hacia el reformismo de una burocracia que se puso al frente de una integración a las nuevas pautas de acumulación salvaguardando la posición y las funciones de la organización sindical.


Conclusiones

De acuerdo a lo examinado consideramos que el periodo analizado aportó elementos constituyentes del sindicalismo moderno en la Argentina. Pensamos que esta idea se explica en la evolución de su estructura organizativa estimulada por condiciones materiales fluctuantes, como en la manera que esta se vinculó en la sociedad ungiendo a la organización de un poder político y económico. Ambas fueron fundamentos para la consolidación de su cúpula dirigencial como actor de peso en la realidad nacional.
Partimos desde mediados de los años ´30, momento en el cual el movimiento obrero comenzó a permeabilizar formas organizativas que iban ganando la sociedad. La institucionalización progresiva de la negociación colectiva, el creciente intervencionismo estatal y las direcciones sindicales menos combativas y proclives a lidiar y concertar con la patronal, colocaron al sindicalismo comunista al pie de una modernización de la organización. Luego, sobrevino una significativa evolución cuantitativa y cualitativa de los sindicatos impulsada por el Estado de acuerdo a un modelo de sindicato industrial moderno de incumbencia nacional. Su consolidación se dio en un marco de confluencia de dos tendencia preexistentes que durante el peronismo terminaron por aglutinarse, por un lado, la estructura, formas organizativas y funciones que emanaron de la experiencia comunista, por otro, el mantenimiento de la prescindencia política propia del sindicalismo revolucionario que llevaba al movimiento sindical peronista a verse así mismo como la fuente originaria más preponderante de la nueva fuerza política, reclamando para sí, una presencia acorde en ella y en el Estado.
La organización el sindical ganó en centralización y ejecutivización de sus decisiones, multiplicando los diques de mediación. Devino en una organización capilar, con una estructura mejor preparada para la negociación y con mayores posibilidades de canalización y encausamiento del conflicto. Irrumpe en ella una burocracia con funciones ejecutivas que justifica su existencia en la complejidad que adquiere la negociación colectiva. De perfil técnico, hábiles en el uso de la palabra, el manejo de la información y la redistribución de recursos materiales de la organización, esta nueva dirigencia profesional se irá imponiendo a aquella intransigente, abnegada y combativa. Así, su posición quedó comprometida fuertemente a la capacidad de perpetuar un frágil equilibrio continuamente amenazado por demandas, muchas veces contrapuestas, impulsadas por el Estado, los empresarios, las bases y los trabajadores en sintonía con los propios intereses que el grupo iba desarrollando. Su fuente de legitimidad quedó atada al oficio de mediar, representar y articular dichas exigencias en escenarios fluctuantes. 
Durante el periodo 1946-1948 de expansión económica y altísimos niveles de conflictividad, un “compromiso circunstancial” indujo a plasmar el empoderamiento de la organización sindical hacia “arriba” y hacia “abajo”. Solo una conjunción de objetivos y recursos fruto de la coherencia entre burocracia y bases pueden explicar el aprovechamiento de las inmejorables oportunidades que la realidad le presentaba al movimiento obrero para el fortalecimiento de sus organizaciones sindicales.
La pauperización de las condiciones económicas  había puesto en evidencia el desanclaje de los salarios con respecto a los niveles de producción.  La nueva coyuntura hizo confluir al gobierno y los empresarios en una redefinición del proceso productivo a partir de la racionalización y el aumento de la productividad en las fábricas. En este sentido, fue decisiva la acción de la cúpula de la CGT dando sustento factico al plan de Emergencia Económica de 1952 logrando cierta eficiencia en el disciplinamiento interno sin que esto supusiera una obturación decisiva de la capacidad de movilización de las bases.
El mejoramiento de las condiciones económicas a comienzos de 1954 y la reapertura de las negociaciones colectivas llevaron a un nuevo ciclo de conflictos. En este contexto, la dirigencia sindical se mostró vacilante ante una disyuntiva que ponía en peligro su legitimidad,  por un lado debía asegurarle a un gobierno que había hecho mucho por su consolidación la contención de la conflictividad, por otro, dejar de lado la lucha establecida por las bases significaba traicionar a estas y a la misma organización. Sin dudas que los altos costos de la indefinición recayeron sobre el gobierno.
Tras el golpe de 1955, la clase obrera se vio obligada a replegarse ante el avance de la alianza orgánica conformada por el Estado y los empresarios en aras de imponer la racionalización del proceso productivo. Creemos que el desarrollo de la lucha a lo largo de la década de 1950 hizo visible dos estrategias en la clase obrera. Entendemos que ambas emanaron de distintas formas de conciencia que se hallaban conviviendo entre los trabajadores y fueron afrontadas por la fracción mejor posicionada para interactuar en condiciones específicas. En la situación de proscripción política y anormalidad institucional, fueron las bases las que desplegaron una estrategia defensiva que permitiera conservar su poder en la fábrica más a tono con un contenido revolucionario. La posterior fragmentación y desmovilización que atravesaba el movimiento obrero, marcaron la subordinación de las bases hacia el reformismo de una burocracia que se puso al frente de una integración a las nuevas pautas de acumulación salvaguardando la posición y las funciones de la organización sindical.
Finalmente, hemos mostrado como esta modernización no pudo haberse dado sin que la dirigencia no haya detentado cierta base de legitimidad por parte de sus representados. En efecto, si bien este grupo desarrolló intereses propios fruto del lugar de decisión que detenta, entendemos que estos necesariamente debieron articularse con los del sindicato y los de los trabajadores, conservando a su vez,  cierta correspondencia con las inquietudes planteadas por  Estado y la burguesía. En este inestable equilibrio sometido a los vaivenes de una compleja realidad, se vino jugando la vitalidad de la organización sindical y su burocracia hasta nuestros días.  


 REFERENCIAS





[1] Con el Decreto 2477/70 de Onganía, la legalidad sindical quedó enmarcada nuevamente en los grandes sindicatos y federaciones por actividad y, a su vez, con la nueva Ley 18610 de Obras Sociales, el financiamiento para fortalecerlos aumentaría. En efecto, la nueva ley establecía la obligatoriedad, a los gremios reconocidos con "personería gremial", de constituir obras sociales para sus representados y la exigencia de aportes para todo trabajador dependiente de la actividad correspondiente. De allí que el radicalismo haga dos intentos, finalmente frustrados, por reformar el mapa sindical y la autonomía de las obras sociales mediante nuevas legislaciones. Dicha intención se plasmó en el llamado proyecto de "ley Mucci", presentado por el Poder Ejecutivo en 1983, que pretendía garantizar una mayor democratización interna de los sindicatos, y en el "Proyecto Neri", presentado por el Poder Ejecutivo en 1984, que buscaba unificar el financiamiento del sistema de salud en manos estatales (sin perjuicio de la persistencia de administraciones descentralizadas) y una mayor fiscalización en la administración de las obras sociales sindicales. Ambos intentos de regulación no llegaron a destino y se reconoce como causa principal la oposición de las cúpulas sindicales. De allí en más, y una vez demostrada la debilidad del gobierno en este aspecto, el alfonsinismo tendrá que adoptar una postura conciliadora con respecto al sindicalismo peronista. Más aun, la caída del salario real tras la ejecución del "Plan Austral" en el año 1986 aumentó el número de huelgas generales y culminó en la derrota electoral de 1987, en manos de un peronismo tenazmente apoyado por el gremialismo. De Fazio, F., Relaciones entre el Estado y los sindicatos y sus consecuencias en torno al régimen de obras sociales en Argentina: un análisis histórico-político.http://www.scielo.org.ar/scielo.php?pid=S1851-82652013000300003&script=sci_arttext
[2]Torre J. C., La vieja guardia sindical y Perón. Ediciones ryr, Buenos Aires, 2011. Torre J. C., Interpretando (una vez más) los orígenes del peronismo. Desarrollo Económico Vol. 28, No. 112, págs. 525-548, enero-marzo de 1989.
[3] Doyon, L., El crecimiento sindical bajo el peronismo. Desarrollo Económico Vol. 15, No. 57, págs. 151-161, junio de 1975. Doyon, L., La organización del movimiento sindical peronista (1946-1955). Desarrollo Económico Vol. 24, No. 94, págs. 203-234, julio-septiembre de 1984.
[4] Del Campo, H., Sindicalismo y peronismo: Los comienzos de un vínculo perdurable. Siglo XXI, Buenos Aires, 2005.
[5] Camarero, H., A la conquista de la clase obrera: Los comunistas y el mundo del trabajo en la Argentina, 1920-1935. Siglo XXI, Buenos Aires, 2007.
[6] Walsh R., ¿Quién mató a Rosendo?. Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 2003. Véase también el film Los Traidores (Raymundo Gleyzer 1973)
[7] Haydar, J., Gramsci y los consejos de fábrica. Discusiones sobre el potencial revolucionario del sindicalismo. Núcleo Básico de Revistas Científicas Argentinas del CONICET Nº 15, vol. XIV, Santiago del Estero, otoño 2010. http://www.unse.edu.ar/trabajoysociedad/15%20HAIDAR%20Gramsci%20Consejos%20de%20fabrica.pdf
[8]  Nos referimos al grupo que nucleaba la revista Pasado y Presente publicada en Córdoba, entre los años 1963 y 1965 y, en una segunda época, ocho años después, dirigida por José María Aricó. Los temas principales versaban sobre la renovación teórica y cultural del marxismo por aquella época. Estuvo dirigida, en su primer año de vida, por Oscar del Barco y Aníbal Arcondo, sumándose a partir de su segundo año José María Aricó, Samuel Kieczkovsky, Juan Carlos Torre, Héctor Schmucler, César Guiñazú, Carlos Assadourian, Francisco Delich, Luis J. Prieto y Carlos R. Giordano. Aricó, J. M., La cola del diablo. Itinerario de Gramsci en América Latina. Págs. 89-109, Siglo XXI, Buenos Aires, 2005.
[9] James, D. Racionalización y respuesta de la clase obrera: contexto y limitaciones de la actividad gremial en la Argentina. Desarrollo Económico, v. 21, No 83, págs. 321-349, octubre-diciembre de 1981. James, D., Resistencia e integración: El peronismo y la clase trabajadora argentina, 1946-1976. Siglo XXI, Buenos Aires, 2006.
[10] Iñigo Carrera, N.,  La estrategia de la clase obrera, 1936. Imago Mundi, Buenos Aires, 2014.
[11] Nos apoyamos en la interpretación del concepto de hegemonía elaborada por Antonio Gramsci. Gramsci, A., El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce. Editorial Lautaro, Buenos Aires, 1958.
[12] Portantiero, J. C. Los usos de Gramsci. Cap. 1 Estado y crisis en el debate de entreguerras. Grijalbo, Buenos Aires, 1999.
[13] Williams, R., Marxismo y literatura. Págs. 155-157. Las Cuarenta, Buenos Aires, 2009.
[14]Camarero, H., Apogeo y eclipse de la militancia comunista en el movimiento obrero argentino de entreguerras. Un examen historiográfico y algunas líneas de interpretación. En Ulianova O. (ed.), Redes políticas y militancias. La historia política está de vuelta, págs. 145-173. Santiago, Universidad de Santiago de Chile/Ariadna Ediciones, 2009.
[15] Ghigliani, P., Belkin, A., Burocracia sindical: aportes para una discusión en ciernes. En Nuevo Topo. Revista de historia y pensamiento crítico, N° 7, págs. 103-116, septiembre-octubre de 2010.
[16] Camarero H., loc. cit.   
[17] Ceruso, D., El comunismo argentino y la organización sindical en el lugar de trabajo. Las comisiones internas en la construcción, los metalúrgicos y los textiles entre 1936 y 1943. En The International Newsletter of Communist Studies Online, XVI, Nº 23, Köln, The European Workshop for Communist Studies and The Mannheim Centre for European Social Research (MZES), 2010, pp. 69-78. (ISSN 1862-698X).
[18] De acuerdo con J. S. Coleman “el dirigente sindical puede diferenciar al menos tres fuentes de presión para hacer que se atenga a las prácticas democráticas en la ejecución de sus deberes. En orden ascendente, por la urgencia con que se le pide que se les preste atención, esas fuentes son la dirección (empresaria), ciertos sectores del público en general y los miembros”. La cita proviene de The Compulsive Presssures of Democracy in Unionism. American Jounal of Socilogy, pág. 520, 1956, en Hyman, R., El marxismo y la sociología del sindicalismo. Era, México, 1978.
[19] Basualdo, V., La “burocracia sindical”: aportes clásicos y nuevas aproximaciones. En Nuevo Topo. Revista de historia y pensamiento crítico, N° 7, pág. 21, septiembre-octubre de 2010. 
[20] Como sostiene Mercedes Prol, el sentido de lo político y su práctica en el peronismo clásico trascendió formas específicas de liderazgo y estuvieron atravesadas por un espíritu de época que hizo convivir decisionismo, soberanía de la nación confundida con la del pueblo y homogeneidad política del Estado, que tensionaron la concepción liberal de republicanismo. Prol M.,  Los legisladores sindicales peronistas. Entre la práctica partidaria, la corporativa y  la legislativa, 1946-1955. PolHis. Revista del Programa Interuniversitario de Historia Política, Nº 7, 2011. Sin embargo, debemos tener en cuenta su inscripción en lo que para Pierre Rozanvallon es una contradicción estructural entre el principio político y el principio  sociológico de la democracia. El principio político consagra el poder de un sujeto colectivo cuya consistencia tiende a ser disuelta por el principio sociológico que reduce su visibilidad. Es la construcción jurídica del individuo la que implica rechazar como arcaica e insostenible toda aprehensión sustancial de lo social. A causa de ello, la sociedad democrática implica una negación radical de toda organización, una crítica permanente a las instituciones que podrían encadenar a los hombres a su naturaleza, y ésa los vuelve dependientes de un poder exterior a ellos. Rozanvallon, P., El Pueblo Inalcanzable. Historia de la representación democrática en Francia. Instituto Mora, pág. 10, México, 2004.
[21] Schiavi, M., El poder sindical en la Argentina peronista (1946-1955). Págs. 3-29. Imago Mundi, Buenos Aires, 2013.
[22] Torre J. C., La vieja guardia sindical y Perón. Ediciones ryr, Buenos Aires, 2011. Torre J. C., Interpretando (una vez más) los orígenes del peronismo. Desarrollo Económico Vol. 28, No. 112, págs. 525-548, enero-marzo de 1989. Doyon, L., El crecimiento sindical bajo el peronismo. Desarrollo Económico Vol. 15, No. 57, págs. 151-161, junio de 1975. Doyon, L., La organización del movimiento sindical peronista (1946-1955). Desarrollo Económico Vol. 24, No. 94, págs. 203-234, julio-septiembre de 1984. Del Campo, H., Sindicalismo y peronismo: Los comienzos de un vínculo perdurable. Siglo XXI, Buenos Aires, 2005.
[23] Contreras, G., ¿Apéndice estatal? La CGT durante el primer gobierno peronista: funcionamiento institucional y proyecciones políticas, en Acha, O. y Quiroga, N., Historia del asociacionismo en la Argentina del siglo XX, Buenos Aires, Editorial Prometeo Libros, 2014. 
[24]  Prol M.,  loc. cit.
[25] Ceruso, D. y Schiavi, M., La organización obrera de base en una época en transición: las comisiones internas en los orígenes del peronismo (1936-1947). El caso de los textiles y los metalúrgicos.” en Ciclos en la historia, la economía y la sociedad. nº 38/39, 2011.
[26] James, D., Racionalización y respuesta de la clase obrera: contexto y limitaciones de la actividad gremial en la Argentina en Desarrollo Económico vol. 21, n°83 octubre-diciembre de 1981.
[27] Ferraro, N. y Schiavi, M., El conflicto metalúrgico de 1956: nuevas fuentes para su análisis. Ponencia presentada en VI Jornadas de Sociología de la UNLP, 2010.
[28] James, D., Racionalización y respuesta de la clase obrera: contexto y limitaciones de la actividad gremial en la Argentina. Desarrollo Económico, v. 21, No 83, págs. 321-349, octubre-diciembre de 1981.
[30] Ibíd.
[31] Iñigo Carrera, N.,  La estrategia de la clase obrera, 1936. Imago Mundi, Buenos Aires, 2014.


Bibliografía



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