domingo, 14 de junio de 2015

Favio y el Hilo de Ariadna

La vigencia de Crónica de un niño solo (1965) como lupa de nuestro tiempo sorprende y asusta. La realidad invita a volver sobre ella a partir de la identificación de huellas que conducen a un "nosotros" de manera inapelable. Reconocer un intertexto que se presenta ajeno pero que en su profunda densidad nos permite observar sentidos que se presentan iluminados en diferentes intensidades dentro de la cultura argentina.

Concebida en los sesenta, se distancia sustancialmente de aquellas películas filmadas durante el peronismo donde el contenido social del melodrama tenía un correlato con la justicia social y la integración a la política de la clase trabajadora. Leonardo Favio comienza a filmar diez años después a la caída de Perón, el contexto político y social ya no es el mismo como tampoco la relación que en adelante establecerá el Estado con los sectores que supo acoger. Es en la primer parte del film que quedan expresados los nuevos tiempo con total contundencia. La niñez de los desclasados, sujeto otrora privilegiado, es el cuerpo donde comienza a ejecutarse impiadosamente la “revancha”. En este sentido, el reformatorio donde transcurre sus días niños “olvidados” como Polín, se configura en un asfixiante y opresivo panóptico donde el vigilar y el castigar adquiere la forma de "linea de montaje" que delinea sus mentes y famélicos cuerpos "en serie".  
Crónica, como sucede con los films que componen la primer etapa de la producción de Favio, transita el camino iniciado por Leopoldo Torre Nilsson y su relectura estética de Robert Bresson y el neorrealismo italiano, donde los silencios de los personajes ocupan el mismo rango que  sus diálogos a la hora de expresar sentimientos y estados de ánimo, cuerpos que somatizan y adquierien mayor centralidad que la trama en la composición de la obra. Podríamos decir que esta fórmula cuajó bien con un relato que buscó reflejar el clima de autoritarismo y violencia que atravesó la década. 
Debemos volver a el reformatorio. Muros grises y desnudos, siniestros celadores “capangas”, anonimato y ausencia de símbolos oficiales en una entidad correccional estatal, sugieren la antesala de una mutación estatal que reformulará las condiciones de la vida pública. Las cosas parecieron presentarse claramente para Favio, solo es cuestión de ultimar algunos movimientos para que el “correctivo” se termine de ejecutar. Patrullaje y punición.  Diez años después, una vez eliminados los últimos resabios políticos de un tiempo que “no debió suceder”, la “anónima” máquina de vigilancia y castigo quedó discrecionalmente subordinada a la sed de venganza que recaía sobre los “cabeza negra”. 
Favio no anticipa lo que está por venir. Registra lo que vive y percibe el peligro que engendra su proyección. Espera y desea a través de los ojos de Polín un corte, un nuevo comienzo de los tiempos míticos, aunque más no sea sobre el martirio de los "desheradados" de su tiempo. Pero el proceso no se corrige y de manera irreversible adopta la eficacia de la maquina. Entonces  la despersonalización del exterminio; la tiniebla desbordante desde donde el poder inquisidor construye testigos que no dan testimonio, crónicas sin registros y lugares sin nombre; el ideal panóptico traspasando los muros y abarcando todo el entramado social a nivel molecular. Y ha sido tan profunda su raigambre que no obstante la distancia y el largo periplo de exorcismos realizados, no hemos podido todavía despojar del todo ese pesado lastre que nos acompaña hasta nuestros días. Aunque ya no de manera desprejuiciada como en las épocas de terror, siguen blandiendo con tenaz decisión toda un casta de “capangas” y su vocación “vigilante” para con la "bazofia" que la milicada no ha podido eliminar y que continua reproduciéndose en los márgenes de la “civilización” exponencialmente. 

Por eso la mirada que nos hecha Polín sigue incomodando hasta la medula y nos empuja a pensar la vigencia de formas destructivas que componen la cultura argentina. Esa compleja polisemia de un ethos autoritario en el que confluyen elementos clasistas, racialistas y de género.

Crónica de un niño solo (1965)

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