martes, 18 de octubre de 2011

Buenos Aires de entreguerras. Arlt y la modernidad en “los de abajo”


El Buenos Aires de entreguerras es un caso paradigmático de lo que es la cultura de mezcla y Roberto Arlt uno de sus mejores intérpretes.
El crecimiento del de los niveles de educación, sobre todo secundaria en los sectores medios y populares amplió y democratizó el mercado de bienes culturales.  Prueba de esto, es el crecimiento de la industria editorial, en cuanto a consumo y distribución,  y  el  desplazamiento del  liderazgo de los gentlemen-escritores, que ejercieron la literatura como una actividad paralela pero necesaria para diferentes aspiraciones, hacia los escritores profesionales, que como Arlt, viven de lo que escriben.[1]
En El juguete rabioso, su primer novela, presentó lo que después caracterizó  su obra: su mirada al “subsuelo” de la ciudad. Su pluma sacó a la luz personajes, discursos y pedazos de Buenos Aires extraños para el resto de sus colegas pero no para él que creció junto a ellos.
A partir de la Gran Guerra el conocimiento científico-técnico cobró cada vez mayor relevancia en la sociedad contemporánea. El avance de los procesos de invención, innovación y adaptación tecnológica junto con sus efectos en las diferentes actividades humanas (producción, organización y consumo) implicó también plantear que la sociedad del presente y la del futuro se articulen a partir de este elemento modernizante. Ahora bien, si la circulación del conocimiento científico-técnico en la sociedad se da en forma desigual, éste saber letrado e institucionalizado es una vía de diferenciación social. Frente a esto, Arlt contrapuso un tipo de conocimiento propio de los sectores populares que gozó de cierta legitimidad y compensó  diferencias y ausencias del saber académico. “A ciertos peones de una compañía de electricidad les compré un tubo de hierro y varias libras de plomo, con esos elementos fabriqué lo que yo llamó una culebrilla o “bombarda”. En un molde hexagonal de madera,  tapizado interiormente de barro introduje el tubo de hierro. El espacio entre ambas caras interiores iba rellenado de plomo fundido. Después de romper la envoltura, devasté el bloque con una lima gruesa, fijando el cañón por medio de sunchos de hojalata en una cureña fabricada con las tablas más gruesas de un cajón de kerosene…de pronto un estampido terrible nos envolvió en una nauseabunda neblina de humo blanco… nos parecía que en aquel momento habíamos descubierto un nuevo continente, o que por magia nos encontrábamos convertidos en dueños de la tierra.[2] Saberes del pobre, saber de lo práctico, un “saber hacer” que se contraponía al “saber decir” de la cultura letrada. Una forma de conocimiento técnico que entrelazaba ciencia y paraciencia, empirismo y fantasía técnica, y tuvo en el invento su mito de ascenso social[3]  “Demetrio me ha dicho que ha inventado usted no sé qué cosas… -Sí, algunas cositas, un proyectil señalero… un contador automático de estrellas… -Teoría… sueños… yo lo conozco a Ricaldoni, y con todos sus inventos no ha pasado de ser un simple profesor de física. El que quiere enriquecerse tiene que inventar cosas prácticas, sencillas”.[4] De esta forma “los de abajo” pudieron experimentar un tipo de modernidad propia de la cultura de mezcla, que hizo de conferencias, manuales y revistas de divulgación (como las Alrededor del Mundo de Enrique Irzubeta), su material de aprendizaje.





[1] Viñas, D., op. cit. pág. 7-15
[2] Arlt, R., El juguete rabioso, pág. 16.  Ediciones Nuevo Siglo, Buenos Aires 1994.
[3] Sarlo, B., La imaginación técnica. Sueños modernos de la cultura argentina.  Nueva Visión, Buenos Aires, 1997.
[4] Arlt, R. op.  cit. pág. 67.

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