Evita vive
1.
Conocí a Evita en un hotel del bajo, ¡hace ya tantos años! Yo vivía, bueno, vivía, estaba con un marinero negro que me había levantado yirando por el puerto. Esa noche, recuerdo, era verano, febrero quizás, hacía mucho calor. Yo trabajaba en un bar nocturno, atendiendo la caja hasta las tres de la mañana. Pero esa noche justo me peleé, con la Lelé, ay la Lelé, una marica envidiosa que me quería sacar todos los tipos. Estábamos agarrándonos de las mechas detrás del mostrador y justo apareció el patrón: "Tres días de suspensión, por bochinchera". Qué me importaba, rapidito me volví para la pieza, abro... y me la encuentro a ella, con el negro. Claro, en el primer momento me indigné, además ya venía engranada de pelearme con la otra y casi me le tiro encima sin mirarla siquiera, pero el negro –dulcísimo– me dirigió una mirada toda sensual y me dijo algo así como: "Veníte que para vos también alcanza". Bueno, en realidad, no mentía, con el negro era yo la que abandonaba por cansancio, pero en el primer momento, qué sé yo, los celos, el hogar, la cosa que le dije: "Bueno, está bien, pero ésta ¿quién es?".
El negro se mordió un labio porque vio que yo había
entrado en la sofocación, y a mí, en esa época, cuando me venía una rabieta era
terrible –ahora no tanto, estoy, no sé, más armoniosa–. Pero en ese tiempo era
lo que podía decirse una marica mala, de temer. Ella me contestó, mirándome a
los ojos (hasta ese momento tenía la cabeza metida entre las piernas del
morocho y, claro, estaba en la penumbra, muy bien no la había visto):
"¿Cómo? ¿No me conocés? Soy Evita". "¿Evita?"–dije, yo no
lo podía creer– . "¿Evita, vos?" –y le prendí la lámpara en la cara.
Y era ella nomás, inconfundible con esa piel brillosa, brillosa, y las
manchitas del cáncer por abajo, que –la verdad– no le quedaban nada mal. Yo me
quedé como muda, pero claro, no era cosa de aparecer como una bruta que se
desconcierta ante cualquier visita inesperada. "Evita, querida" –ay,
pensaba yo–"¿no querés un poco de cointreau?" (porque yo sabía que a
ella le encantaban las bebidas finas). "No te molestes, querida, ahora
tenemos otras cosas que hacer, ¿no te parece?" "Ay, pero
esperá", le dije yo, "contame de dónde se conocen, por lo
menos". "De hace mucho, preciosa, de hace mucho, casi como del
África" (después Jimmy me contó que se habían conocido hacía una hora,
pero son matices que no hacen a la personalidad de ella. ¡Era tan hermosa!)
"¿Querés que te cuente cómo fue?" Yo ansiosa, total igual tenía el
encame asegurado: "Sí, sí, ay Evita, ¿no querés un cigarrillo?", pero
me quedé con las ganas para siempre de enterarme de esa mentira (o me habrá
mentido el negro, nunca lo supe) porque Jimmy se pudrió de tanta charla y dijo:
"Bueno, basta", le agarró la cabeza –ese rodete todo deshecho que
tenía– y se la puso entre las piernas. La verdad es que no sé si me acuerdo más
de ella o de él, bueno, yo soy tan puta, pero de él no voy a hablar hoy, lo
único que el negro ese día estaba tan gozoso que me hizo gritar como una
puerca, me llenó de chupones, en fin. Después al otro día ella se quedó a
desayunar y mientras Jimmy salió a comprar facturas, ella me dijo que era muy
feliz, y si no quería acompañarla al Cielo, que estaba lleno de negros y rubios
y muchachos así. Yo mucho no se lo creí, porque si fuera cierto, para qué iba a
venir a buscarlos nada menos que a la calle Reconquista, no les parece... pero
no le dije nada, para qué; le dije que no, que por el momento estaba bien, así,
con Jimmy (hoy hubiera dicho "agotar la experienc ia", pero en esa
época no se usaba), y que, cualquier cosa, me llamara por teléfono, porque con
los marineros, viste, nunca se sabe. Con los generales tampoco, me acuerdo que
dijo ella, y estaba un poco triste. Después tomamos la leche y se fue. De
recuerdo me dejó un pañuelito, que guardé algunos años: estaba bordado en hilo
de oro, pero después alguien, no supe nunca quién, se lo llevó (han pasado
tantos, tantos). El pañuelito decía Evita y tenía dibujado un barco. ¿El
recuerdo más vivo? Bueno, ella, tenía las uñas largas muy pintadas de verde
–que en ese tiempo era un color muy raro para uñas– y se las cortó, se las
cortó para que el pedazo inmenso que tenía el marinero me entrara más y más, y
ella entretanto le mordía las tetillas y gozaba, así de esa manera era como más
gozaba.Conocí a Evita en un hotel del bajo, ¡hace ya tantos años! Yo vivía, bueno, vivía, estaba con un marinero negro que me había levantado yirando por el puerto. Esa noche, recuerdo, era verano, febrero quizás, hacía mucho calor. Yo trabajaba en un bar nocturno, atendiendo la caja hasta las tres de la mañana. Pero esa noche justo me peleé, con la Lelé, ay la Lelé, una marica envidiosa que me quería sacar todos los tipos. Estábamos agarrándonos de las mechas detrás del mostrador y justo apareció el patrón: "Tres días de suspensión, por bochinchera". Qué me importaba, rapidito me volví para la pieza, abro... y me la encuentro a ella, con el negro. Claro, en el primer momento me indigné, además ya venía engranada de pelearme con la otra y casi me le tiro encima sin mirarla siquiera, pero el negro –dulcísimo– me dirigió una mirada toda sensual y me dijo algo así como: "Veníte que para vos también alcanza". Bueno, en realidad, no mentía, con el negro era yo la que abandonaba por cansancio, pero en el primer momento, qué sé yo, los celos, el hogar, la cosa que le dije: "Bueno, está bien, pero ésta ¿quién es?".
2.
Estábamos en la casa donde nos juntábamos para
quemar, y el tipo que traía la droga ese día se apareció con una mujer de unos
38 años, rubia, un poco con aires de estar muy reventada, recargada de
maquillaje, con rodete... Yo le veía cara conocida y supongo que los otros
también, pero era un poco bobo, andaba con Jaime que se estaba picando con
Instilasa y yo le tenía la goma, se lo comenté en voz baja y él me dijo algo
así como: "cortála loco sabés que sí". Con los ojos en blanco,
parecía hacerlo de modo impersonal. Nos sentamos todos en el piso y ella empezó
a sacar joints y joints, el flaco de la droga le metía la mano por las tetas y
ella se retorcía como una víbora. Después quiso que la picaran en el cuello,
los dos se revolcaban por el piso y los demás mirábamos. Jaime apenas me daba
un beso largo, muy suave, para eso sí que era genial, porque dos pendejos
repálidos se rayaron totalmente entre lo gay y la vieja y se fueron. Pero
estaban los blues en la puerta y a los cinco minutos se aparecieron todos con
el subcomisario inclusive, chau loco, acá perdimos, menos mal que no había
ningún menor porque Jaime había cumplido los 18 la semana pasada, pero igual
loco, le habíamos pedido el rouge a Evita y estábamos casi todos pintados como
puertas tipo Alice Cooper. Los azules entraron muy decididos, el comi adelante
y los agentes atrás, el flaco que andaba con un bolsón lleno de pot le dijo:
"Un momento, sargento" pero el cana le dio un empujón brutal,
entonces ella, que era la única mujer, se acomodó el bretel de la solera y se
alzó: "Pero pedazo de animal, ¿cómo vas a llevar presa a Evita?" El
ofiche pálido, los dos agentes sacaron las pistolas, pero el comi les hizo un
gesto que se volvieran a la puerta y se quedaran en el molde. "No, que
oigan, que oigan todos –dijo la yegua– , ahora me querés meter en cana cuando
hace 22 años, sí, o 23, yo misma te llevé la bicicleta a tu casa para el pibe,
y vos eras un pobre conscripto de la cana, pelotudo, y si no me querés creer,
si te querés hacer el que no te acordás, yo sé lo que son las pruebas".
(Chau, fue un delirio increíble, le rasgó la camisa al cana a la altura del
hombro y le descubrió una verruga roja gorda como una frutilla y se la empezó a
chupar, el taquero se revolvía como una puta, y los otros dos que estaban en la
puerta fichando primero se cagaban de risa, pero después se empezaron a llenar
de pavor porque se dieron cuenta de que sí, que la mina era Evita). Yo
aproveché para chuparle la pija a Jaime delante de los canas que no sabían qué
hacer, ni dónde meterse: de pronto el flaco del trafic entró en el circo y se
puso a gritar: "Compañeros, compañeros, quieren llevar presa a Evita"
por el pasillo. La gente de las otras piezas empezó a asomarse para verla, y
una vieja salió gritando: "Evita, Evita vino desde el cielo". La cosa
es que los canas se las tomaron, largaron a los dos pendejos que encima se
hacían muy los chetos, y ella se fue caminando muy tranquila con el flaco,
diciéndole a la gente que estaba en el patio primero y después en la puerta:
"Grasitas, grasitas míos, Evita lo vigila todo, Evita va a volver por este
barrio y por todos los barrios para que no les hagan nada a sus
descamisados". Chau loco, hasta los viejos lloraban, algunos se le querían
acercar, pero ella les decía: "Ahora debo irme, debo volver al cielo"
decía Evita. Nosotros nos quedamos quemando un poco más y ya nos íbamos,
entonces algunas tipas nos hicieron pasar a las habitaciones para que les
contáramos –las mismas que hasta hacía una hora nos habían hecho una guerra que
no podía ser–. Jaime y yo les hicimos toda una historieta: ella decía que había
que drogarse porque se era muy infeliz, y chau, loco, si te quedabas down era
imbancable. Claro, la gente no nos entendía, pero como no estábamos haciendo laburo
de base sino sólo public relations para tener un lugar no pálido donde tripear,
no nos importaba. Estábamos relocos y las viejas déle coparse con el llanto,
nosotros les pedimos que ese bajón de anfeta lo cortaran, sí, total, Evita iba
a volver: había ido a hacer un rescate y ya venía, ella quería repartirle un
lote de marihuana a cada pobre para que todos los humildes andaran superbien, y
nadie se comiera una pálida más, loco, ni un bife.
3.
Si te digo dónde la vi la primera vez, te mentiría.
No me debe haber causado ninguna impresión especial, la flaca era una flaca
entre las tantas que iban al depto de Viamonte, todas amigas de un marica joven
que las tenía ahí, medio en bolas, para que a los guachos se nos parara pronto.
La cosa es que todos –y todas– sabían dónde podían encontrarnos, en el snack de
Independencia y Entre Ríos. Allí el putito Alex nos mandaba, cada vez que
podía, viejos y viejas, que nos adornaban con un par de palos, así después a él
le hacíamos gratis el favor y no le andábamos afanando el grabador o las
pilchas. De ésa me acuerdo por cómo se acercó, en un Carabela negro manejado
por un mariconcito rubio, que yo ya me lo había garchado una vez en el
Rosemarie. Con las pibas estábamos haciendo pinta junto al puesto de flores,
así que me llamó aparte y me dijo: "Tengo una mina para vos, está en el
coche." La cosa era conmigo, nomás. Subí. "Me llamo Evita, ¿y
vos?" "Chiche", le contesté. "Seguro que no sos un
travesti, preciosura. A ver, ¿Evita qué?". "Eva Duarte", me dijo
"y por favor, no seas insolente o te bajás". "¿Bajarme?,
¿bajárseme a mí?", le susurré en la oreja mientras me acariciaba el bulto.
"Dejáme tocarte la conchita, a ver si es cierto". ¡Hubieras visto
cómo se excitaba cuando le metí el dedo bajo la trusa! Así que fuimos al hotel
de ella; el putito quiso ver mientras me duchaba y ella se tiraba en la cama.
También, con el pedazo que tengo, hacen cola para mirarlo nomás. Ella era una
puta ladina, la chupaba como los dioses. Con tres polvachos la dejé hecha y
guardé el cuarto para el marica, que, la verdad, se lo merecía. La mina era una
mujer, mujer. Tenía una voz cascada, sensual, como de locutora. Me pidió que
volviera, si precisaba algo. Le contesté no, gracias. En la pieza había como un
olor a muerta que no me gustó nada. Cuando se descuidó abrí un estuche y le
afané un collar. Para mí que el puto Francis se dio cuenta, pero no dijo nada.
Cuando me lo terminé de garchar me dijo, con la boca chorreando leche:
"Todos los machos del país te envidiarían, chiquito; te acabás de coger a
Eva". Ni dos días habían pasado cuando llego a casa y me encuentro a la
vieja llorando en la cocina, rodeada por dos canas de civil. "Desgraciado
–me gritó–. ¿Cómo pudiste robar el collar de Evita?" La joya estaba sobre
la mesa. No la había podido reducir porque, según el Sosa, era demasiado
valiosa para comprarla él y no me quería estafar. Los de Coordina no me
preguntaron nada: me dieron una paliza brutal y me advirtieron que si contaba
algo de lo del collar me reventaban. De esa esquina y del depto de los trolos
los vagos nos borramos. Por eso los nombres que doy acá son todos falsos.
Nestor Perlongher, Prosa Plebeya
[Evita vive puede ser
considerado un auténtico cuento maldito en la historia de la literatura
argentina. Blasfemia, aguda comprensión del tema y osadía se unen en este texto
que el autor fechó en 1975. Antes que en castellano se conoció en inglés, como
"Evita Lives", traducido por E. A. Lacey e incluido en My deep dark pain is love, (selección de
textos de Winston Leyland. Gay Sunshine Press, San Francisco, 1983). Luego se
publicó en Suecia como "Evita vive", en Salto mortal ng 8-9, Jarfalla, mayo de 1985; y al fin en Cerdosy Peces n911, abril de 1987, y
luego en El Porteño nº 88,
abril 1989. La publicación de este cuento en Buenos Aires causó una polémica
pública de la cual se hizo cargo una nota editorial firmada por el Consejo de
Redacción de la revista El Porteño ("Un
mes movido") en el número de mayo, publicándose además una respuesta de
Raúl Barreiros ("Evita botarate los dislates"), entonces Director de
Radio Provincia de Buenos Aires.]
(Nota
de "Prosa Plebeya")
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