sábado, 12 de noviembre de 2011

Un pueblo inalcanzable. El proyecto y sus desmesuras en los orígenes de la Nación

De breve vida pública pero suficientemente intensa como para dejar un legado, miembro promisorio de la minoría ilustrada llamada a guiar al resto por el "camino de la virtud y la moral republicana"[1], Mariano Moreno ha dejado su huella en la Revolución. 
Desde una concepción elitista y tutelar de la sociedad,  su esfuerzo combinó  transformación con pedagogía revolucionaria: "EDUCAR AL SOBERANO". En esta perspectiva, el Decreto de Supresión de Honores  redactado en plena coyuntura revolucionaria devuelve nuevos sentidos.

Alpargatas y libros


En términos políticos, el 17 de octubre de 1945 fue un punto de inflexión entre dos épocas. A partir de allí emergió “una nueva forma de entender la política” cuyos resabios perduran hasta nuestros días. Sin embargo, el peronismo fue más que eso.  Ha calado tan hondo en la mentalidad colectiva que no se puede entender el siglo XX en la Argentina si no se echa mano a ese momento crucial de la historia. Como fenómeno cultural, amplificó y puso en evidencia la tensión de ciertos significados por prevalecer en la narración de la realidad. En este sentido, la historia fue campo fértil de argumentos y construcciones que buscaban explicar la “raíz del mal” o “la realización de un pueblo”, según las adhesiones políticas que correspondan.

martes, 18 de octubre de 2011

Neurosis colectiva: El pogrom de 1919




La introducción del sufragio universal en 1912 y, cuatro años más tarde, el triunfo de Hipólito Yrigoyen en las elecciones presidenciales marcan el ingreso en la vida política del país de los sectores medios y populares. Sin embargo,  la configuración del poder en la Argentina no se modificaría y el periodo radical estuvo signado por la conflictividad social. La oligarquía vio como la clase media comenzó a ocupar espacios en cuanto a lo político, lo cultural y lo social, antes reservados para sí. La movilidad social ascendente posibilitó que buena parte de esa clase media estuviera conformada por hijos de inmigrantes, transformándose en los sujetos aglutinantes de la cultura de mezcla. La ruptura del orden de la ciudad liberal tensionó la relación con el gobierno, y  amenazada por la “invasión” la oligarquía cerró filas y empezó a pensar en “la espada” como purificación.
El periodo radical se caracterizó al mismo tiempo por su escaso reformismo en lo social. El crecimiento económico ligado al modelo agroexportador estimuló el crecimiento de un mercado interno y el desahogo de la clase media. El alto índice de ocupación fue acompañado por niveles críticos de explotación y baja del salario. La creciente sindicalización de los sectores obreros y las huelgas tensionaron la relación con el gobierno llegando a escaladas violentas como la Semana Trágica de enero de 1919.
La complejidad del conflicto social de la época no termina de entenderse si no se presta atención al componente xenófobo. Si hasta el Centenario los prejuicios hacia el extranjero fueron de carácter estético o cultural, a partir de allí, el rencor pasó a ser social, y por ende político. Como bien sintetiza David Viñas, patologización, criminalización y punición.[1] Las xenofobia se yuxtapuso al conflicto de clase, y este fue humus fértil para que germine la reacción “nacionalista aristocrática”. Literaria, en hombres como Manuel Gálvez con El diario de Gabriel Quiroga, de choque en grupos de civiles armados como la Guardia Blanca, germen de la futura Liga Patriótica en  los ’20.  
“Incomodan a los criollos de pura cepa las nuevas ideas; incomoda la preponderancia que el elemento obrero, extranjero o de estirpe extranjera, pero argentino de alma, toma en la vida pública. Siempre ha sido mirada de muy malos ojos toda manifestación obrera, que significa extranjera” (Roberto Giusti, Nosotros Nº 26, febrero de 1910).[2]
Pesadilla, de Pinnie Wald exige ser interpretado bajo esta clave. Wald vive en carne propia el irracional y violento ataque a judíos en el barrio de Once durante la Semana Trágica.  En su relato Buenos Aires es presa de un estado de desorden extremo, un desajuste de lo real provocado por la pérdida de elementos de referencia del contexto. ¿Qué inspira a  un semejante a llevar a cabo una aberración de tal magnitud ? Precisamente el no ser considerado como tal, sino como un elemento amenazante: “Yo era el objeto de lo desconocido y, por lo tanto,  de lo  temido y peligroso. Yo era el otro, el extranjero, el innombrable, el distinto".[3] El terror inducido por las fuerzas del orden y los “niños bien” aglutinados en la Guardia Blanca durante el pogrom no fue espontaneo, su base fue la yuxtaposición de  xenofobia y conflicto de clases. El blanco de la violencia fue el judío de clase baja.[4] Wald,  encarcelado por el delito de ser el “Presidente del Soviet en la argentina a cargo de un complot maximalista”, fue militante y miembro activo del movimiento obrero. En enero de 1907 había fundado la Organización Socialista Democrática Judía Avangard Bundista y era jefe de redacción de su revista, Der Avangard, escrita en idisch, suficiente para ser considerado subversivo para la inteligencia policial de la época.
En ese mundo de representaciones, el  judío de clase baja materializó la alteridad en su máxima expresión en términos de hábitos y prácticas, transformándose en una autentica amenaza para el ser nacional: “Más salvajes aún resultaron ser las manifestaciones de los “niños bien” traídos por la tormenta. Bajo los gritos de “¡Muerte a los judíos! ¡Muerte a los extranjeros maximalistas!”, celebran orgías y actúan de una manera refinada, sádica, torturando a los transeúntes. He aquí que detienen a un judío y, después de los primeros golpes, de su boca mana sangre en abundancia. En esta situación le ordenan cantar el Himno Nacional. No puede hacerlo y lo matan en el mismo lugar”. [5]





[1] Viñas, D., Literatura argentina y política. Tomo II  De Lugones a Walsh  págs. 89-94.  Santiago Arcos Editor, Buenos Aires, 2005.
[3][2] Ibíd.  pág. 93.
[3] Wald, P., Pesadilla .Una novela de la Semana Trágica, págs. 66.  Rosario, Ameghino, Buenos Aires, 1998.
[4] Szwarcbart, H.,  Un pogrom en Buenos Aires,  3 al 15 de abril, 2007. 9no. Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente (BAFICI).
[5] Wald, P., op. cit.  págs. 22-23 .

Buenos Aires de entreguerras. Arlt y la modernidad en “los de abajo”


El Buenos Aires de entreguerras es un caso paradigmático de lo que es la cultura de mezcla y Roberto Arlt uno de sus mejores intérpretes.
El crecimiento del de los niveles de educación, sobre todo secundaria en los sectores medios y populares amplió y democratizó el mercado de bienes culturales.  Prueba de esto, es el crecimiento de la industria editorial, en cuanto a consumo y distribución,  y  el  desplazamiento del  liderazgo de los gentlemen-escritores, que ejercieron la literatura como una actividad paralela pero necesaria para diferentes aspiraciones, hacia los escritores profesionales, que como Arlt, viven de lo que escriben.[1]
En El juguete rabioso, su primer novela, presentó lo que después caracterizó  su obra: su mirada al “subsuelo” de la ciudad. Su pluma sacó a la luz personajes, discursos y pedazos de Buenos Aires extraños para el resto de sus colegas pero no para él que creció junto a ellos.
A partir de la Gran Guerra el conocimiento científico-técnico cobró cada vez mayor relevancia en la sociedad contemporánea. El avance de los procesos de invención, innovación y adaptación tecnológica junto con sus efectos en las diferentes actividades humanas (producción, organización y consumo) implicó también plantear que la sociedad del presente y la del futuro se articulen a partir de este elemento modernizante. Ahora bien, si la circulación del conocimiento científico-técnico en la sociedad se da en forma desigual, éste saber letrado e institucionalizado es una vía de diferenciación social. Frente a esto, Arlt contrapuso un tipo de conocimiento propio de los sectores populares que gozó de cierta legitimidad y compensó  diferencias y ausencias del saber académico. “A ciertos peones de una compañía de electricidad les compré un tubo de hierro y varias libras de plomo, con esos elementos fabriqué lo que yo llamó una culebrilla o “bombarda”. En un molde hexagonal de madera,  tapizado interiormente de barro introduje el tubo de hierro. El espacio entre ambas caras interiores iba rellenado de plomo fundido. Después de romper la envoltura, devasté el bloque con una lima gruesa, fijando el cañón por medio de sunchos de hojalata en una cureña fabricada con las tablas más gruesas de un cajón de kerosene…de pronto un estampido terrible nos envolvió en una nauseabunda neblina de humo blanco… nos parecía que en aquel momento habíamos descubierto un nuevo continente, o que por magia nos encontrábamos convertidos en dueños de la tierra.[2] Saberes del pobre, saber de lo práctico, un “saber hacer” que se contraponía al “saber decir” de la cultura letrada. Una forma de conocimiento técnico que entrelazaba ciencia y paraciencia, empirismo y fantasía técnica, y tuvo en el invento su mito de ascenso social[3]  “Demetrio me ha dicho que ha inventado usted no sé qué cosas… -Sí, algunas cositas, un proyectil señalero… un contador automático de estrellas… -Teoría… sueños… yo lo conozco a Ricaldoni, y con todos sus inventos no ha pasado de ser un simple profesor de física. El que quiere enriquecerse tiene que inventar cosas prácticas, sencillas”.[4] De esta forma “los de abajo” pudieron experimentar un tipo de modernidad propia de la cultura de mezcla, que hizo de conferencias, manuales y revistas de divulgación (como las Alrededor del Mundo de Enrique Irzubeta), su material de aprendizaje.





[1] Viñas, D., op. cit. pág. 7-15
[2] Arlt, R., El juguete rabioso, pág. 16.  Ediciones Nuevo Siglo, Buenos Aires 1994.
[3] Sarlo, B., La imaginación técnica. Sueños modernos de la cultura argentina.  Nueva Visión, Buenos Aires, 1997.
[4] Arlt, R. op.  cit. pág. 67.