lunes, 23 de enero de 2012

Revolución y realidad latinoamericana


Si la Primera y Segunda Internacional constituyeron una autentica federación de partidos, a partir de Lenin, la Tercera Internacional se formalizó como  un  Partido Comunista Mundial. La revolución mundial cobrará fines más prácticos e inmediatos: la consolidación del único Estado obrero y la construcción del socialismo ruso. Por su parte, la principal influencia del Comintern en Latinoamérica estuvo en el ámbito teórico, no solo en la absorción del socialismo, sino en el análisis de problemas estructurales y soluciones radicales totalizadoras por etapas. La izquierda latinoamericana tuvo que definirse prácticamente en su totalidad en relación al  Comintern. La Tercera Internacional solo se referirá a la revolución latinoamericana como un soporte de la revolución mundial (europea) en términos de la relación dialéctica potencia colonial – colonia.[1] De esta forma, quedo condenada a ser la última por determinantes estructurales y por esta misma circunstancia, subordinarse al Partido Comunista ruso y a la clase obrera de EE.UU, pensada como la única capaz de ocupar el rol tutelar y pedagógico por su desarrollo en la lucha por la emancipación del resto de los pueblos americanos.[2]
En ese contexto,  José Carlos Mariátegui, para muchos uno de los más influyentes  intelectuales  marxistas que Latinoamérica haya arraigado, fue un caso excepcional.
Su experiencia italiana (1920-1923) lo puso de cara a las nuevas ideas nacidas del debate teórico en el seno del socialismo italiano. La apropiación de este neomarxismo de carácter idealista, que a partir de la relectura de Marx concebía la revolución como producto de la acción humana por sobre las “leyes de hierro”, fue decisivo en su labor intelectual y su proyecto político.  Podemos pensar a los de los Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana de 1928, como el mismo ejercicio que a miles de kilómetros hacia Antonio Gramsci para el contexto italiano: una definición de elementos teóricos autónomos y singulares para la interpretación de la realidad peruana, que lo obligó a adoptar una posición discordante con la Tercera Internacional.
En Los Siete ensayos, la revolución socialista se concibe por primera vez como un proceso nacional, viable e inmediato: en 1928 funda Partido Socialista Peruano (PSP) y en 1929, la Confederación General de Trabajadores del Perú (CGTP). El profundo análisis del escenario peruano mostraba lo que en otros países latinoamericanos también era una constante: el alto grado de heterogeneidad social.  Mariátegui puso en la agenda marxista  cuestiones superestructurales que para la ortodoxia eran secundarias, como la religión, la educación y fundamentalmente el problema del indio. Ya desde el Amauta,[3] la revalorización del pasado incaico, la asociación del comunitarismo indígena y su supervivencia como una forma de socialismo puro tuvo un doble objetivo: por un lado la inserción de este actor social en la agenda revolucionaria y el carácter singular del problema agrario, y por otro, la construcción de un mito movilizador soreliano en la formación e integración de un movimiento nacional y popular.[4]
La definición socialista de su partido quizás haya sido un hecho significativo: probablemente entendió como nadie el peligro que generaba la pérdida de autonomía para la revolución nacional. Solo tras su muerte en 1930, el PSP pasaría a denominarse Partido Comunista Peruano a instancias de la Tercera Internacional.






 [1] Para los teóricos de la Tercera Internacional la dominación española impuso un régimen feudal que impidió la formación de una burguesía. Las independencias Latinoamericanas estuvieron enmarcadas en las necesidades de desarrollo del capitalismo mundial (Inglaterra) sin que se modificara su estructura feudal. Este retraso estructural llevó a estos intelectuales a determinar que en Latinoamérica no existían todavía condiciones para una revolución socialista.  Para ello, debían desarrollarse  estructuras capitalistas.
[2]Tan solo el Segundo Congreso de 1920  atendió con cierta relevancia la cuestión colonial pero quedo restringida solo al ámbito oriental. El hindú M. B. Roy afirmaba que el derrumbe del capitalismo estaría dado por la pérdida de las colonias simultáneamente con la revolución en las potencias coloniales. Un punto de vista opuesto, que como era de esperar, fue de muy pobre influencia.
[3] En 1926 fundó la revista Amauta (en quechua sabio), donde colaboron  un gran número de intelectuales  integrados en torno a una renovada lectura del quehacer nacional y dio impulso al movimiento indigenista peruano.
[4] Mariátegui, José Carlos, Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, México, Ediciones Era, 1996.

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